martes, octubre 18, 2005

"et le temps est venu de juger les morts" (Apocalypse, 11:18)

Son las nueve menos veinte de la noche y acabo de llegar. Hago estas referencias de cronómetro porque acabo de llegar de una charla en la Sociedad Científica Argentina sobre Viajes en el Tiempo. No me miren así. Éramos más de cincuenta los congregados en el auditorio Florentino Ameghino, donde un escenario enorme quedó tapado por un telón negro como la noche para que sólo pudiéramos ver un escritorio. Allí estaba sentado el el ingeniero Claudio Sánchez, cuyo currículum incluye haber escrito en Humor y Juegos y la publicación de un libro llamado Física Mente. (Yo lo había visto en el hall, mientras esperábamos para entrar, y no me había llamado la atención. También andaba dando vueltas como fiera enjaulada un pibe de remera azul sin mangas y pelo largo, de unos veinte años, que me chocó en la puerta y que más tarde tendrá protagonismo inaudito). La conferencia arrancó con unas consideraciones físicas: el viaje en el tiempo, no se olviden de ésto, no viola ninguna ley física fundamental. A mí me quedaron ciertas dudas, pero me las guardé. Fui a escuchar, no a mostrar lo que yo sabía. Otra: las leyes de la física son simétricas con respecto al tiempo. No hay una obligación de la dirección en que éste transcurre, para los fenómenos físicos. De modo que si uno ve una filmación de un crepúsculo, no hay forma de determinar si estamos viendo una puesta de sol o la salida pero pasada al revés. El ejemplo no es muy feliz desde mi punto de vista pero es lo suficientemente gráfico. Después de aclarar que no se iba a meter en terrenos inhóspitos para no confundir a los no iniciados, Sánchez señaló que las ecuaciones matemáticas aseguran que es altamente posible que una partícula que entra en un agujero negro salga de él en un momento anterior. Como siempre, la matemática supera la realidad; pienso en mis queridos números complejos y me emociono. Luego empezó con lo que sería el núcleo de su charla: las citas literarias y cinematográficas. Agotó todos los lugares comunes: Volver al Futuro, Terminator, los cuentos de Frederic Brown. Lo mejor (tome nota PdI) fue cuando citó el Especial de Halloween de los Simpsons, aquel memorable episodio en que Homero construye una máquina del tiempo con una tostadora y viaja al pasado, siempre pensando en que no debe cambiar nada (tal como le dijo Abbe J. Simpson el día de su casamiento: “Hijo mío, si alguna vez viajas al pasado, no debes matar ningún animal ni alterar nada”), pero claro, mata un mosquito y varios dinosaurios. Luego regresa al presente y por supuesto, todo se ha modificado... Otras citas fueron de El Túnel del Tiempo (al demonio la paradoja temporal, alteremos todo que se acaba el mundo) y de la extraña novela de Asimov El fin de la eternidad, el número 1 de la colección de ciencia ficción de Hispamérica en los 80, inolvidables tapas azules y letras plateadas. La charla se hizo un poco más erudita cuando habló de Borges y la flor que Coleridge puso en la almohada del soñador, y la otra flor, la que el protagonista de La máquina del tiempo trae de un lejano futuro. Y también, la que a mi juicio es la más hermosa de las paradojas, que ya veo que sólo paradojas produce la literatura con respecto al tiempo: la llamada de la “energía creadora”. Se trata de que alguien viaja al pasado interesado en una obra artística y de alguna manera contribuye a la creación de esa obra. El ingeniero habló de un tal Morniel Mathaway, pintor, que se entera de que es famoso en el futuro por un crítico del siglo XXV que lo visita en su taller gracias a una máquina de tiempo. El pintor viaja al futuro para vivir la gloria en carne propia y el crítico termina pintando sus cuadros, según el argumento creado por William Tenn. A ésto yo le añadiría la fabulosa novela Las puertas de Anubis, de Tim Powers, donde un especialista en el poeta William Ashbless viaja al pasado y termina escribiendo él mismo los poemas de Ashbless; él es Ashbless, y también él crítico. Habían pasado cuarenta minutos de esta introducción literaria que, sin ánimo de cancherear, yo también podría haber hecho, cuando las cosas se pusieron más científicas. La baqueteada teoría de la relatividad tiene entre sus consecuencias el que si un objeto está en movimiento en un sistema de referencia, el tiempo transcurre distinto con respecto a otro objeto que permanece quieto. Esto se calcula con unas sencillas ecuaciones llamadas transformaciones de Lorentz y el efecto es tanto más apreciable cuanto más se acerca el objeto a la velocidad de la luz. No es chamuyo: si le creemos a Sánchez, se ha comprobado en aviones a reaccíón. Son diferencias de fracciones de segundo, pero igual existen. Y luego llegamos a otra abstracción matemática, la tan mentada Cuarta Dimensión. No deberíamos, afirmó el ingeniero, confundir dimensiones geométricas con dimensiones algebraicas. Por ello, si el tiempo es una cuarta dimensión, no es otra dimensión espacial agragada a las tres conocidas. No hay manera de moverse libremente en ella. La charla “normal” terminó cuando Sánchez dijo que la única manera que la ciencia reconoce como de viaje en el tiempo, y que no está en contradicción con las leyes físicas, es la de retorno de la entropía, de retornar a un sistema a un estado anterior. Eso sería un viaje al pasado fácil de realizar. Hasta aquí, todo previsible, dentro de un marco de tranquilidad, en el que muchas cabezas calvas y barbadas asentían a cada afirmación del científico. Pero en ese instante dio comienzo la tanda de preguntas. ¿Se acuerdan del flaco de remera azul? Estaba sentado muy cerca mío. Y levantó la mano. Y habló. Y contó, sin ningún pudor y en voz muy alta, cómo él había viajado en el tiempo durante un crucero por el Amazonas. Cómo había descubierto que en un lugar cuyo nombre no entendí existía un pliegue del espacio tiempo y allí era posible viajar al pasado y al futuro, es cierto que involuntariamente. Hablaba el flaco y la gente lo miraba con ojos enormes. La mujer que estaba sentada a mi lado me susurró “Pero este pible está chapita” y el resto del público no ahorraba las sonrisas. El flaco había visto a su hermana ya fallecida, a sus primos, a toda su familia, en carne y hueso. Había vuelto para contarlo. Y aseguró que en ese lugar, donde el tiempo hace remolinos, si uno gira para la derecha va al futuro y si gira para la izquierda va al pasado. Le preguntaba al conferenciante si creía que ésto fuera posible. ¿Cómo responder? El moderador de la charla -que había presentado a Sánchez, al comienzo- lo mesuró al flaco con educación. Lástima. Las preguntas que siguieron fueron más aburridas, y tenían que ver con el determinismo y la imposibilidad de la negación de la entropía. Un par de conceptos finales de Sánchez. No hay máquinas del tiempo, porque si no estaríamos llenos de turistas del futuro. Y cómo sabemos que los hay, no lo sé. Lindo tema para una novela. También, que las paradojas temporales rompen nuestra noción intuitiva del transcurso del tiempo en un solo sentido. Como si las nociones intuitivas siempre fueran ciertas. Conclusión, triste (como siempre): viajar en el tiempo, como lo imagina la literatura, es imposible para la ciencia actual. Esa chica que ayer te besó y hoy te odia, no volverá a besarte jamás. Los muertos no volverán a levantarse. Nada secará esos árboles que tocó la tormenta. Decir que la memoria es la única forma de volver, es una salida fácil, pero también cierta. Lo que no te evita, la memoria digo, es el dolor. Terminó, llegó -siempre llega, el tiempo siempre te alcanza, el río siempre se inunda- el final. Podría haber hecho buenas migas con cercanas señoras, en particular con la que estaba a mi lado, pero de algún modo me urgía salir antes Arranqué por Santa Fe, llena de gente que hablaba de moda y cosméticos y bebía cervezas sin saber que pocos minutos antes un grupo de cincuenta locos estaba escuchando una charla sobre viajes en el tiempo. La semana que viene, en el mismo horario (martes 19:00) y en el mismo lugar (Sociedad Científica Argentina, Av. Santa Fe 1145) habrá una charla sobre Partículas Subatómicas. El Navegante Solitario, si todo va bien, promete asistencia y comentario. *** Extraños meandros tiene el tiempo, distancias imposibles de medir: entre el apesadumbrado post de ayer y el de hoy distan mil años. Los ojos que imagino fijos en mí cuando cierro los ojos, están congelados en el futuro. El gorrión vuela en la noche que aún no cayó, bajo estrellas aún desconocidas.

6 comentarios:

Marcelo Metayer dijo...

Véngase igual... hágase un poco de tiempo, ja ja ja.

Anónimo dijo...

Una cosa que me pregunto ahora: ¿esa Sociedad Científica fundada allá por siglo XIX, qué tipo de conexión tiene actualmente con la Universidad? Porque el nombre de Sociedad Científica se lo puede poner cualquiera.

Segundo: ¿Que las leyes de la física son iguales para adelante y para atrás? Ya no. La invariancia ante inversión temporal (T) se viola en ciertos procesos de física de partículas, como se viola la invariancia ante inversiones espaciales (P, de paridad) y la invariancia ante conjungación (C). Lo que hasta ahora no se viola es la invariancia CTP, que corresponde a las tres operaciones aplicadas simultáneamente.

Lo de los turistas del futuro que no se ven es cosa dicha por Hawking. Si se pudiera viajar al pasado y si la humanidad tiene todavía tiempo por delante para inventar la máquina del tiempo que viaje al pasado, entonces tendríamos que ver a turistas del futuro. Si las máquinas del tiempo tienen que basarse en agujeros de gusano (que no permitirían viajar en el pasado más allá del momento de su creación) entonces el argumento de Hawking se modifica de la siguiente manera: Todavía nadie inventó la máquina del tiempo.

Viajes en el tiempo por el Amazonas, yo conozco el caso de uno: iban bajando el Amazonas en un bote, con un guía. Descubrieron que el guía llevaba para traficar marihuana. Los que lo contrataron no quisieron saber nada y le pidieron que se deshiciera de la yerba. Pues bueno, el guía estuvo de acuerdo. Pasaron unos días: el guía les cocinó unos fideos con una salsa extraña. La cuestión es que todos se hicieron un viajecito en el tiempo mientras el bote daba vueltas a la deriva: el secreto estaba en la salsa.

Marcelo Metayer dijo...

Sacarías, son un groso, de verdad. Bienvenido a estas tierras baldías, y espero que las enriquezcas con tus aportes, en serio.
Lo de los turistas del futuro da para pensar. ¿Cómo podemos estar tan seguros de que no lo están? Si yo viajara al pasado, y me rigiera por la ley de Abbe Simpson ("...no debes tocar nada..."), trataría de pasar lo más desapercibido posible. De nuevo, te recomiendo efusivamente Las puertas de Anubis, excelente tratamiento del asunto. Tengo en ebook, si interesa.

Un abrazo.

principio de incertidumbre dijo...

Interesantillo, recuerdo bien ese capítulo de los Simpson.

Deberé leer bien todo el artículo y luego ver, lo que dijo, Sacarías. Hace dos años creí que me iba a volver loca (literalmente) si seguía pensando en el Tiempo. Por eso no uso reloj; no creo mucho en él. Paradójicamente, sí en la memoria.
Un beso.

P.D. me voy a trabajar... (sí, como leen).

Marcelo Metayer dijo...

Ah, muchacha, la memoria es nuestra única máquina del tiempo disponible, por ahora. Soportes son la fotografía, las crónicas, las filmaciones. Todas cosas que me obsesionan.

Yo tampoco quisiera usar reloj, pero hay obligaciones que me superan. (He perdido la cabeza chateando más de once horas sin darme cuenta; el tiempo, contra la intuición generalizada, es más subjetivo de lo que parece).

Beso.

principio de incertidumbre dijo...

Bueno...


Igual mi intuición está medio rara últimamente (eso que los orientales creen que es súper buena, pues supone menos posibilidad de fallo).
Beso.