Hace cinco inviernos escribí este breve texto.
Camino a mi casa hay un aromo. Es un inmenso árbol de flores amarillas muy perfumadas. No a cualquiera le gusta su aroma, muy fuerte y penetrante.
Noche a noche, cuando llego a su lado, paro un minuto para estar ahí. Es un cuadra oscura, así que me quedo a solas con el aromo y las estrellas.
De chico viví en Santa Teresita. Era costumbre en aquellos años plantar aromos en todas las veredas. Yo sabía que llegaba la primavera cuando el aire, habitualmente cargado de sal marina, se llenaba del perfume de las flores amarillas.
Ahora, mientras estoy parado en la oscuridad, siento de nuevo ese aroma y recuerdo el mar, la lejanía del mar, la lejanía de esos años que todavía están vívidos pero tan lejos, tan inasibles.
Ah, quién estuviera oliendo aquellos aromos.
Hace una semana los dueños de la casa donde estaba el árbol lo derribaron para poner unos tubos de desagüe. Miré el tronco tirado por un largo rato con un nudo en la garganta. Ese aromo, como tantas otras cosas, era un símbolo del pasado, era el pasado, y como tantas otras cosas, fue tumbado, destruido, aniquilado.
Guardo sus flores (ya secas) en mi habitación, pero no vale: el tiempo va a pasar lo mismo.
Camino a mi casa hay un aromo. Es un inmenso árbol de flores amarillas muy perfumadas. No a cualquiera le gusta su aroma, muy fuerte y penetrante.
Noche a noche, cuando llego a su lado, paro un minuto para estar ahí. Es un cuadra oscura, así que me quedo a solas con el aromo y las estrellas.
De chico viví en Santa Teresita. Era costumbre en aquellos años plantar aromos en todas las veredas. Yo sabía que llegaba la primavera cuando el aire, habitualmente cargado de sal marina, se llenaba del perfume de las flores amarillas.
Ahora, mientras estoy parado en la oscuridad, siento de nuevo ese aroma y recuerdo el mar, la lejanía del mar, la lejanía de esos años que todavía están vívidos pero tan lejos, tan inasibles.
Ah, quién estuviera oliendo aquellos aromos.
Hace una semana los dueños de la casa donde estaba el árbol lo derribaron para poner unos tubos de desagüe. Miré el tronco tirado por un largo rato con un nudo en la garganta. Ese aromo, como tantas otras cosas, era un símbolo del pasado, era el pasado, y como tantas otras cosas, fue tumbado, destruido, aniquilado.
Guardo sus flores (ya secas) en mi habitación, pero no vale: el tiempo va a pasar lo mismo.
(Y sí, algo tenía que poner yo de 



Generalmente uno elige las cosas de las que se hace fanático. En el caso de Lovecraft, es como si él me hubiera elegido a mí. Lo conocí a los doce años, revolviendo (de mi manera habitual) la biblioteca de unos amigos de mi mamá. Ya me habían prestado El origen de las especies, de Darwin, que me había aburrido bastante, y buscaba algo de astronomía, mi campo de estudio favorito, o de misterios al estilo Fabio Zerpa o Charles Berlitz. Y no va que vi en el lomo de un libro las misteriosas palabras
Doce años. Vivíamos en 
Una y otra vez escucho dos discos que (¡ops!) he bajado de Internet: X&Y, el último de 

