viernes, enero 20, 2006

The Whiteness of the Whale

He cometido la audacia de titular este post como uno de los capítulos de Moby Dick. (Mientras escribo esto, en los televisores de mi nuevo segundo hogar suena el especial de James Blunt y más de un compañero hace bromas al respecto; no importa, a mí me sigue gustando, y aviso a los amigos que ya he conseguido el disco completo en mp3). Me atrevo porque una de las noticias del día es la aparición de una ballena en el Támesis, frente al Parlamento inglés, observada por el pueblo más incrédulo de la Tierra (no en vano tienen una revista llamada The Observer). El pobre animal (hay que animarse a entrar al Támesis) parece que se perdió buscando a su compañera/compañero, disculpen, nunca fui bueno para distinguir el sexo de las ballenas, decía, se perdió, ya que su compañera/compañero quedó varada/varado (uf) allá por el Essex, como dicen los gauchos. Es decir, cerca del mar. Y nuestra ballena amiga, en contra de la marea, entró tozuda por el río hasta llegar al corazón de la capital británica. Con cinco metros, los especialistas afirman que es un adolescente, un niño casi. Esa especie llega en su adultez a los diez metros de largo. Lo peor es que no saben qué va a pasar con ella, si podrá volver al mar. ¿Terminará sus días en breve, con una inútil nostalgia de las aguas azules? Lo sabremos tal vez mañana. Entre tanto, la noche cae sobre nosotros y me abrigo con un manto de pena. Alguien me nombró hoy a Ella, y se cayeron las medias, como se dice.

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