miércoles, julio 27, 2005

Life Over-clocked

Mi vida solía ser demasiado tranquila, sobre todo en virtud de no tener trabajo fijo y no estar haciendo nada en especial. Inclusive, había dejado de hacer lo que para mí es lo más importante: escribir. Sólo tomé fotos durante todo este tiempo, durante muchos meses. Ya he comentado que el ofrecimiento de trabajo de Robert modificó sustancialmente mis días; desde unas dos semanas atrás, coincidentemente (o no, ya es conocido el gusto de los acontecimientos por la sincronicidad junguiana) con el cumpleaños de Abril, las cosas empezaron a precipitarse. Yo, que veía pasar la danza de las horas sin inmutarme, me vi envuelto en la maravillosa locura de un trailer cinematográfico. Ojo: tal vez a muchos (bueno, tampoco tanta gente lee este blog) les parezca ridículo que lo que voy a contar sea para tanto, pero bueno, tomen en cuenta lo que yo estaba viviendo y el contraste que sentí. Mi vida over-clocked arrancó precisamente el viernes 15 de julio. La tarde era horrible, fría, lluviosa. Invitaba a seguir laburando en el departamento, calentito, con la luz de las pantallas LCD sobre mis anteojos. Pero me mandó un SMS mi amigo Nicolás de City Bell preguntándome si tenía un rato para dar una vuelta, que estaba en Capital y tenía un bache de tiempo. Por supuesto, le dije que sí. Dimos vueltas por Santa Fe bajo el viento que arrastraba gotas de agua, como minúsculas dagas de hielo. Entramos a un Burger King (Nico dejaba sus huellas húmedas en el suelo) y tomamos un cortado que nos dio fuerzas para seguir. Terminamos en El Ateneo, ese cine devenido librería/biblioteca. Pasamos ahí más de dos horas, leyendo libros de Arlt (impresionantes las recién editadas Aguafuertes vascas), Cortázar y varios de fotografía. Nico estaba asombrado por las dimensiones y la majestuosidad de la librería. Subimos al primer piso, nos tomamos fotos, bajamos, vimos CDs, etc. En uno de los libros de fotografías de Buenos Aires estaba una casa Art-Nouveau que siempre me ha fascinado. Queda por Hipólito Irigoyen al 2500 y casualmente Nico tenía que ir a dos cuadras de ese lugar. Fuimos juntos bajo la lluvia que no había arreciado en absoluto. Llegamos y el resto del mundo desapareció: tal es la belleza de esa casa, que no dudo en calificar como una de las más bellas en ese estilo de las que he visto en Buenos Aires y La Plata. No tomé fotos. No había buena iluminación (claro que eso le daba magia al asunto) y al lado de la puerta había unos borrachos discutiendo, así que no estaba la situación para sacar la cámara. Nos despedimos, tomé el subte en Pasco y bajé en Córdoba y Callo. Ahí saqué una foto que la pueden disfrutar en Nox. Al otro día fue la fiesta de cumpleaños de Abril. Fue muy divertida, pero no tanto como otros años. A veces la vida es complicada, incluso para una nena de siete años. En esta foto están, de izquierda a derecha y de arriba hacia abajo: Anabela (hermana de Carina), Carina (mamá de Abril), Carolina (trabaja en la guardería de Carina), Marcia (amiga de Abril) y , finalmente, la misma Abril. El día siguiente, domingo 17, fuimos Abril, Carina y yo al zoológico de La Plata. Fue un lindo paseo más allá de ciertas cosas que pasaron entre Carina y yo. Está en franca decadencia desde que yo recuerdo, pero igual el zoo de La Plata me encanta. Paseamos por todos lados y vimos toda clase de bichos, pero lo que todos quieren ver es el elefante. El elefante es lindo, pero he aquí el animal más extraordinario de todos: la jirafa. Es difícil describir la sensación de estar al pie de una jirafa, con el cuello duro de mirar hacia arriba, mientras esos impresionantes ojos negros nos perforan. Realmente siento mucha ternura por las jirafas. Al lado de ellas, hasta los rinocerontes me parecen animales domésticos. El paseo en trencito fue divertido. Abril se salía de la vaina, intentanto mirar hacia todos lados a la vez. Y hablando de decadencia, vean los modernos vehículos del zoo... El lunes 18 fue el cumpleaños de uno de mis mejores amigos: el Jimmy, así, con el artículo adelante, porque es la forma en que siempre lo nombro. 40 años ya. Fue una fiesta muy especial. Al día siguiente se internaría para una delicada operación, de la que por suerte salió bien. El martes... qué día. Carina tenía que trabajar. Fuimos con Abril a encontrarnos con mi hermana, para todos juntos visitar el Museo de Ciencias Naturales de La Plata. Mi hija estaba radiante con su campera nueva, regalo de cumpleaños. Llegamos y mi hermana no estaba. Entramos al Museo igual, porque teníamos... ejem... necesidades. La última vez que había estado fue en el 2001. Cambiaron unas cuantas cosas. No más entrar se ve una reconstrucción de la oficina en la que trabajaba el fundador, Francisco P. Moreno. Abril estaba eufórica. Miraba algo un instante, pasaba a otra cosa, tocaba todo. Quedó fascinada con los minerales de raros colores y se asustó un poco con los animales disecados. El edificio del museo tiene dos salas semicirculares. Los animales disecados están en una de ellas. Acá vemos a Abril paseando por la sala y la misma, desde afuera, tomada horas más tarde. Y en el primer piso, el plato principal. El motivo que me lleva a mí a visitar el Museo una y otra vez: la Momia. No es nada del otro mundo, comparada con las esplendorosas momias de la realeza. Pero para mí, que sueño con Egipto, es mi fetiche absoluto. La foto no es de buena calidad ya que en esa sala no era posible tomar imágenes con flash. Abril le sacó la lengua a la momia y yo no tuve mejor idea que decirle (quizás inspirado por cierto relato en Le livre du paranormal) que el ka de la momia se iba a ofender y la perseguiría. Pobre; esa tarde se aterrorizaba con la sola mención de la palabra momia y por la noche lloraba de miedo. El primer piso del Museo abunda en cadáveres. Acá vemos otra momia extraída de alguna tumba sudamericana, reseca por obra de la la naturaleza. Siempre amé esta figura. No está clasificada, pero debe tener por lo menos seiscientos años de antiguedad, y prefigura la escultura abstracta de Henry Moore. Después salimos y en el zoo (nuestra segunda visita en dos días) encontramos a mi hermana con sus amigas, todas señoras con hijos. Comimos a la orilla del lago del Bosque platense y después fuimos a navegar en bote. Yo remé; fue un episodio muy divertido. La última vez que lo había hecho tuvo lugar en... 1987, es decir, hace 18 años. Así que tuve que recordar cómo poner los remos, cómo empujar el agua para que no salpique, y otros detalles. Mi hermana, sentada mirando al frente (el que rema va de espaldas en estos botes) no paraba de reírse, mientras mi conducción azarosa nos llevó casi a la colisión con otro bote, casi a encallar en la orilla y casi a chocar contra un árbol. Mientras tanto, unos cariñosos niños nos tiraban piedras. No tengo imágenes porque ni loco llevaba la cámara arriba del bote. Luego mi hermana y sus amigas decidieron entrar al Museo. Abril volvió con ellas. Yo me quedé dando vueltas, viendo cómo la gente aprovechaba el sol que caía sobre las escalinatas para tomar mate y charlar. Nos fuimos para CityBell de regreso a las seis de la tarde. El siguiente fue el Día del Amigo. Primero pasé por mi ex-laburo, la mentada consultora PriceWaterhouseCoopers (no pienso poner el link) para visitar ex-compañeros. De izquierda a derecha, por obra y gracia del disparador automático: Sebastián, Leandro, Jorge y este servidor. A las nueve de la noche salimos con Leandro para encontrarnos con otros amigos e ir al cine para ver La guerra de los mundos, versión Spielberg. La película es impresionante y tendrá su propia futura entrada en este blog. Salí del cine con el corazón en la boca y tan alterado que me salía sangre de la nariz. Siniestro. Día ideal para festejar, como yo mismo les dije a todos. Igual nadie me dio bola, por suerte, y terminamos comiendo pizza enfrente del cine. En las fotos están Leandro, Fabio, Darío y Carlos (amigo brasileño de Leandro). Carlos es el que tomó la segunda foto. Dos días después vi The Fantastic 4, con Robert. Interesante, aunque lejos de War of the Worlds. Y esa noche, la del viernes 22 de julio, terminó una semana acelerada. Todo esto, lejos de agotarme, me puso en movimiento. He escrito el texto de esta entrada de un tirón, 1500 palabras en una tarde. Un récord para mí, que además pasé un buen rato eligiendo y retocando las fotos. Ojalá el fuego no se apague. A lo único que le tengo miedo no es el Diablo, ni mucho menos a Dios: es a la Entropía, la única entidad que finalmente, querramos o no, nos devorará. No en vano Lovecraft ponía en el horror máximo a Azathot, el dios del Caos. Todo lo que hacemos es una lucha contra la Entropía. No ganaremos, pero por lo menos nos olvidamos de nuestro destino. Last but not least: el Museo y el Zoológico son dos encarnaciones de la misma visión. En ambos vemos lo Extraño, lo Poco Usual. En uno de ellos están vivos; en el otro están muertos. Copio de mi Encarta: "Los museos que conocemos en la actualidad se constituyeron en Europa en el siglo XVIII, y la mayor parte de ellos provenían de grandes colecciones privadas o reales. En 1750, el gobierno francés comenzó a admitir público, sobre todo artistas y estudiantes, dos veces por semana, para que contemplaran unos 100 cuadros colgados en el Palacio de Luxemburgo de París, cuya colección se trasladó después al Louvre. Este museo, que tuvo sus comienzos en las colecciones del rey Francisco I en el siglo XVI, se convirtió durante la Revolución Francesa en el primer gran museo público; abrió sus puertas en 1793. El Museo Británico de Londres fue fundado como institución pública en 1753, pero los visitantes tenían que solicitar la entrada por escrito. Aún en 1800 era posible tener que esperar dos semanas para conseguir una entrada y los visitantes, en pequeños grupos, sólo podían permanecer dos horas." Los zoos son de la misma época. " Los primeros parques zoológicos modernos fueron la Casa Imperial de Fieras establecida en Viena en 1752 e inaugurada al público en 1765, y el zoo creado en 1793 en conexión con el Jardín Botánico de París".

2 comentarios:

Anónimo dijo...

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